miércoles, 3 de marzo de 2010

La vida no es Hollywood

Mi educación ha sido, en parte, muy hollywoodiense. No quiero decir con esto que me haya criado como una estrella de cine, ni que tenga tras de mí una historia épica de superación personal (lo único que he tenido que superar han sido las montañas que yo me he creado de la nada). En realidad me refiero a que siempre he visto muchísimas películas americanas y creo que eso ha influido enormemente en mi forma de ver el mundo.

Así me planté con ya cierta edad creyendo, en el fondo, ideas como que todas las cosas tienen que acabar bien (ésa es la diferencia con el cine español, que todas las pelis malas o entretenidillas y gran parte de las buenas siempre acaban bien). Los conceptos de honor, amistad o lealtad han sido siempre sagrados para mí. Ese tipo de actitudes eran lo que yo creía que había lograr en la vida. Se puede decir que finalmente me soltaron en el mundo real y he ido descubriendo que realmente esas cosas no son tan importantes para la mayoría de la gente.

Pero sin luga a duda, lo más alejado de la realidad que se fue creando en mi concepción del mundo es la idea del amor. Supongo que procedente de todas esas comedias románticas se fue asentando en mi cabeza la idea de que el amor puede con todo, que es lo que más feliz hace a la gente y por eso nada podía derrotarlo.

Hace unos años conocí a una persona que me ha ido enseñando muchísimas cosas. Una de ellas es que el amor (y en este caso voy a hacer una distinción con ideas como amistad que conllevan el amor por encima de todo) no es tan importante. Que realmente a mucha gente el hecho de estar enamorado no les proporciona tanta felicidad. Que durante toda mi vida he sobrevalorado enormemente el amor (tanto como estado como prioridad).

El otro día iba en el cercanías y me senté en frente de una pareja. De repente, empezó una discusión que no pude ignorar (créanme si les digo que no soy tan cotilla). En la misma, el hombre (ya pasados los 30 años y, probablemente, los 35) no dudaba en que él no quería tener hijos. La mujer, por su parte, decía que ella tampoco en ese momento pero que en el futuro igual ambos cambiaban de parecer. Es sorprendente que las personass, tan celosas de nuestra intimidad a veces, podamos acabar hablando sobre un tema como este en el tren con nuestra pareja. El caso es que lo que quedaba claro es que ese hombre no iba a tener hijos nunca (créanme que pocas veces he demostrado yo tanto convicción por nada) y que la mujer si que los tenía en mente. Y tras pensarlo un poco me dí cuenta de que por mucho que se quisieran o acabarían separados o uno de los dos no podría alcanzar la felicidad plena a la que todos aspiramos.

Supongo que tras esto me di cuenta de que por mucho que se quieran dos personas hay cosas que importan muchísimo más que el amor y que pueden hacer que éste acabe doblegándose. Supongo también que la clave es encontrar a esa persona que, además de sentimientos, traiga consigo una concepción de la vida similar a la tuya.

Suponiendo y suponiendo me percaté de que yo había sobrevalorado el amor enormemente desde siempre. Probablemente lo siga haciendo durante mucho tiempo (y espero que así sea porque siento que esa confianza en el amor me hace ser mejor persona) pero últimamente el pedestal en que lo había puesto ya no tiene la misma altura. Y es que, por desgracia, la vida no es Hollywood.

No hay comentarios: