jueves, 28 de mayo de 2009

Emociones bajo tierra

Es probable que aeropuertos y estaciones sean de los lugares donde más emociones se exteriorizan. Los reencuentros y despedidas siempre se han visto como eventos en los que es socialmente aceptable dar rienda suelta a los sentimientos.

Hay líneas de metro en madrid que son la continuación de esos momentos. Una es la línea 8, la que recoge o lleva a los viajeros al aeropuerto. Es cierto que lo que se puede ver ahí no es el estallido que produce el instante de separación o encuentro en sí pero no es raro observar llantos o caras sucadas de lágrimas en un vagón de esta línea. No es extraño ser testigo de reencuentros familiares donde los relatos se suceden. Es muy normal descubrir en la monotonía a un par de enamorados que en realidad no se encuentran ahí en ese instante.

El otro día me tocó coger mi, ya muy asidua, línea rosa. Llegas de un viaje largo y el cansancio hace que todo parezca más pesado de lo que es. Iba yo con mi Ipod puesto cuando en la salida de la terminal presencié el reencuentro de una pareja. Siempre es emotivo ver algo así porque es en esos momentos cuando descubres que la humanidad siempre merece una oportunidad más, que sólo por el amor merece la pena una vida. Tras sonreírme para mis adentros seguí adelante.

Una vez sentado en el vagón del metro, me percaté que la pareja se sentaba frente a mí. Él era el que volvía de viaje. No había sido muy largo. Llevaba el equipaje propio de un fin de semana algo que contrastaba con que ese día fuese miércoles laborable. Ambos eran jóvenes, de mi edad. Y presencié uno de esos momentos que sólo quien ha estado enamorado alguna vez puede comprender. Allí estaban los dos, sentados, incapaces de desentrelazar las manos, tratando de recobrar el contacto físico que necesitaban el uno del otro. No podían dejar de mirarse pero ya habían dejado de hablar. Yo les podía ver pero sabía que no estaban allí. No eran conscientes de su entorno, de que había más gente con ellos.

Uno nunca se acostumbra del todo a ver este tipo de situaciones. A mí me sigue sorprendiendo. Pero esta vez la sorpresa fue mayor. Estaban juntos e irradiaban esa felicidad de la que único nunca se cansa. Esa que se siente en los momentos en que uno desearía que todo se parase. Ella susurraba palabras a su oído pero él, aunque forzando una sonrisa, era incapaz de ocultar la tristeza que había en su mirada. Tras unos instantes así, toda su fortaleza se vino abajo. No pudo evitar que las primeras lágrimas resbalasen por sus mejillas y tras eso no tuvo más remedio que apoyarse en su hombro, apretando con más fuerza la mano y dejar que un llanto, que parecía había escondido con dificultad durante mucho tiempo, brotase como los manantiales que surgen en los lugares más recónditos e inesperados de la montaña.

Eso me dio para pensar. No habría osado a interrumpir un momento así. Pero me hubiese gustado decirle algo, me hubiese gustado haberle dado un abrazo, me hubiese gustado decirle que los momentos duros son de los más importantes en la vida, le habría dicho que son esos los que más nos moldean como personas y por eso hay que resistirlos. Le habría podido decir que fuese valiente y que probablemente es en esos momentos cuando uno siente que da un paso más largo y firme hacia lo que será en el futuro. Pero probablemente lo más importante es lo que él ya sabía, que incluso ahí, incluso bajo tierra en un vagón, lo que tenía era que dar gracias por ese hombro y esas caricias de comprensión que ahora recibía. Porque probablemente las dificultades nos hacen tomar responsabilidades, madurar y adquirir sabidurías pero más importante es compartir esos momentos, como los felices, con quienes más méritos han hecho para merecérselo.